Mbappé y la marcha del liberalismo
Con su venia, voy a presumir un poco. Mañana, el Club Liberal Español, lugar señero donde los haya, con una raigambre histórica singular y un cometido difícilmente comparable, me entrega el premio a quien mejor ha defendido durante el último año la libertad a través de los artículos que comparto con ustedes en OKDIARIO. Como entenderán, es un honor y una gran satisfacción de la que quiero hacerles cómplices, dada su inestimable generosidad. Y también un buen momento, o eso creo, para hacernos una pregunta y tratar modestamente de responderla. La pregunta es si estamos mejor en términos de libertad que hace años o décadas. La respuesta es compleja. Si a ustedes les gusta el fútbol, por ejemplo, y miramos lo que ha pasado con el episodio del fichaje de Mbappé por el Real Madrid, tendríamos que concluir que la libertad de acción individual está efectivamente constreñida y amenazada. No sólo porque un club propiedad del Estado tenga patente de corso para vulnerar las reglas básicas de la competición a golpe de talonario sino porque ni más ni menos que el presidente de la República francesa, el señor Macron, que no deja de ser un socialista moderado, e incluso el ex Sarkozy -ese señor que se ponía alzas en los zapatos para remediar su baja estatura- hayan tenido que llamar varias veces al futbolista para intimidarlo en nombre de la patria, doblegando finalmente su voluntad y rompiendo su sueño de jugar en el club más grande del mundo.
Al enterarse del fracaso del fichaje, mi querido hijo Fernando me envió un whatsapp interesándose por mi opinión. Y le dije que Mbappé había demostrado ser un joven sin personalidad ni carácter, que ha estado sometido a presiones colosales. Su permanencia se había convertido en una cuestión nacional de primer orden, que atacaba la legendaria grandeur de la France, y él no ha podido ni ha sabido aguantar el bombardeo inmisericorde desde todos los frentes. No ha sido el dinero creo yo, sino la extorsión política y social, a la que ha sucumbido primero su familia y luego él. En el castigo llevará la penitencia. Él se lo pierde. Pronostico que estará unos años más en un club menor que no ganará más que su liga. Ha renunciado a cuatro años de proyección profesional y de futuro ¿a cambio de qué? De nada. Ha demostrado tener muy poca enjundia temperamental y menos agallas de las que todos esperábamos. En todo caso, una pena, porque es con diferencia el mejor jugador del mundo, que sólo puede lucir en el mejor equipo del mundo. Y ya, venido arriba, creo que esta es la demostración más palmaria de que, contra lo que pensaban los ilustrados españoles de la época, fue muy bueno expulsar a los franceses en la guerra de la Independencia y evitar que Napoleón nos colocara aquí a un rey títere: ya ven a los niveles de ignominia a los que ha llegado la República francesa, a enfrentar la libertad individual con la repugnante razón de Estado.
Pero yendo hacia terrenos trascendentales -no por eso más importantes del que acabo de citar-, y al hilo de responder a la pregunta inicial de cómo estamos en términos de libertad, nosotros, los que pensamos parecido, los que creemos en este señuelo incomparable, tuvimos un episodio majestuoso cuando la caída del Muro de Berlín gracias a la coincidencia de tres personajes soberbios como Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Ese momento marcó un hito en la historia de la humanidad. Nos pareció el fin de las ideas colectivistas y la derrota definitiva de todos los que en aquella época pensaban en la superioridad de la Unión Soviética y en la hegemonía imbatible del socialismo. Desgraciadamente, el éxtasis no duró mucho tiempo. La izquierda se reorganizó rápidamente para no perder comba en el tablero mundial, y ya que se había constatado fehacientemente la supremacía táctica y moral del capitalismo en la gestión económica primero, y después el ansia de libertad de los pueblos oprimidos por el colectivismo, la izquierda decidió emprender con gran éxito otras causas pretendidamente humanitarias que les siguieran permitiendo disputar el poder y ocuparlo en muchos casos, como sucede en España. Estas fueron primero el feminismo y el ecologismo, y ya después, mucho más elaboradas, la ideología de género, la lucha contra el cambio climático, el dominio de la educación y la promoción de toda clase de normas contrarias a la naturaleza humana tal y como ha venido entendiéndose hasta la fecha.
Cuando han tenido la oportunidad de gobernar, los conservadores y los liberales han opuesto escasa resistencia al avance implacable de la izquierda que había sido derrotada en Berlín. En España, por ejemplo, cuando han ocupado el poder se han limitado a hacer una buena gestión económica, a fin de reparar los desarreglos causados por el socialismo, pero han renunciado a dar la batalla de las ideas, la famosa guerra cultural, que gana la izquierda de calle. La eficacia del aparato propagandístico y de persuasión del socialismo sobre la gente adocenada que puebla la mayoría de los países desarrollados desde la caída del Muro ha resultado ser aplastante. Y el apoyo que ha recibido de las ideas nocivas que nos viene exportando desde hace tanto tiempo Estados Unidos -en otros tiempos patria de la libertad- ha sido inconmensurable.
La primera mercancía averiada que nos trasladó América hace casi un siglo fue la del pensamiento políticamente correcto, que castra el libre discurrir y la capacidad espontánea de expresión. Luego, contemporáneamente, ha llegado la política de la cancelación, que condena al fuego eterno al disidente, al que diga algo que desentone con los cánones que dictan los mandarines de la opinión pública sobre la base de su presunta baza moral, los nuevos inquisidores, los representantes del puritanismo redivivo cargado de hipocresía y de cinismo. Y ahora la apoteosis de la estulticia sólida y generalizada es el movimiento woke, que ensalza el valor de las identidades sobre el del individuo, que impulsa un modo de vida basado en el victimismo y la presunta discriminación del colectivo perseguido por estar en inferioridad de condiciones, y que por tanto devalúa a la persona, su libre albedrío y su capacidad de discernimiento y de elección. En su nombre se retiran o se queman y rompen en estos tiempos estatuas, se censuran libros, se reeditan películas legendarias según las ridículas ideas dominantes y se tapa la voz a los que honestamente quieren ejercer la libertad de cátedra en todos los ámbitos de la vida.
Los socialistas han logrado sellar a sangre y fuego la idea de que el capitalismo, que es el sistema económico que más prosperidad ha proporcionado a la humanidad, es socialmente injusto y entroniza una suerte de ley de la selva. No sería una opción del todo descabellada, pues la selva es finalmente un ecosistema que funciona, pero es que no es cierto. Hasta el liberal más acendrado se conmueve con los débiles y los estados de necesidad y es firmemente partidario de no dejar a nadie en la estacada. Nadie que lo merezca, claro, debido a los infortunios de la vida, la mala suerte o una incapacidad manifiesta.
En algún momento de la política española reciente, me refiero a la era de Felipe González, algunos como yo llegamos a pensar que se podía ser socialista y liberal, sólo por el hecho de que el socialista se empeñara en conservar los equilibrios financieros del sistema, de luchar contra la inflación y de tratar de reducir el déficit público. Luego me convencí de que no hay nada más lejos de la realidad. El liberal piensa que la cooperación social para el bien común se logra a través de las actuaciones de los individuos, quienes buscando su propio interés crean el orden espontáneo, resultado de la acción humana, no de designio, y que este orden conduce a los mejores resultados posibles. En cambio el socialista, como comprobamos a diario en España, tiene la fatal arrogancia de pensar que la mente de un solo individuo, en este caso de Sánchez, es capaz de construir un orden social con mejores resultados que el mercado, que empíricamente ha demostrado crear riqueza y bienestar para todos.
De manera que o se es liberal, partidario del orden espontáneo, o se es constructivista. Y no cabe ser un poco de lo uno o de lo otro. O se es socialista o se es liberal. Sería una gran noticia que el nuevo presidente del PP, el señor Feijóo, estuviera al cabo de estos hechos tan elementales porque, respondiendo a la pregunta inicial, y a pesar de que el número de personas partidarias es mucho mayor que cuando yo empecé en esto del periodismo, la libertad está gravemente amenazada no sólo por el sanchismo sino, como diría Hayek, por los socialistas que habitan en todos los partidos, y singularmente en el PP. Está amenazada porque el socialismo lleva tiempo minando sin compasión los elementos básicos de la civilización: la familia, la convivencia y la educación. En todos estos ámbitos está cometiendo crímenes de lesa patria. Está atacando la supervivencia de la especie humana promoviendo el aborto y disuadiendo la fertilidad, está malversando a la juventud, acostumbrándola a la falta de esfuerzo y de ambición, comprándola a cambio de votos, y está deshaciendo los lazos de hermandad civil que quedaron bien resueltos, o eso pensábamos, durante la transición. Por eso sería imprescindible que el nuevo presidente del PP, que Dios quiera que gane las próximas elecciones, fuera consciente de lo que nos jugamos, que no es que el PP se convierta de nuevo en el taller de reparaciones del socialismo degenerado y ruin, sino en el promotor de un cambio dramático del clima ambiental, a imagen y semejanza de lo que hicieron ya hace tantos años Ronald Reagan, Margaret Thacther y Juan Pablo II.
Desgraciadamente, hoy no tenemos líderes como aquéllos. Estados Unidos está presidido por un político con problemas de demencia senil, Reino Unido gobernado por una persona brillante aunque desequilibrada, el canciller alemán Scholz es de una mediocridad aplastante, Francia está al mando de un pequeño Napoleón con pretensiones sin ideología reconocible, Italia al frente de un presidente muy competente pero que no ha sido elegido en las urnas, en fin… En España aún hemos tenido peor suerte: estamos gobernados por un psicópata inspirado por las intenciones más aviesas sin tratamiento médico posible. Sería venturoso que Feijóo, de llegar al poder, estuviera a la altura de las circunstancias dramáticas que atravesamos.
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